Con casi cien años, la abuela Maruja tuvo mucho tiempo para conocer enanos, gigantes, cíclopes, atlantes y también alguna fascinante bruja: unas elegantes; otras, escalofriantes; de un humor brillante; con peor talante pero al final todas se hacían querer. Entre viaje y viaje, hizo un inventario algo estrafalario, aunque extraordinario, de las brujas que en el camino se fue encontrando. Cuando lo acabó, se lo vendió a un anticuario y, con el dinero que ganó, se fue a vivir a un balneario. Dicen que allí sigue hoy Maruja. ¿No será ella también un poco bruja?